sábado, 19 de febrero de 2011

Aprendiendo a ser junco...

Nur cumple hoy 10 meses.
Todo es nuevo para mí ahora.
Siempre oí decir que un hijo te cambia la vida, y hasta ahora no he sabido muy bien a qué se refería. No son las noches de duermevela, ni el volver a cambiar un pañal cuando le acabo de poner uno nuevo a la peque... No es el descubrirme haciendo el payaso de la forma más inverosímil en medio del salón de casa, o armarme de paciencia para darle de comer a mi hija mientras al mismo tiempo estoy con la comida al fuego y la lavadora lista... No es recoger cada noche los juguetes desperdigados por toda la casa ni levantarme poco antes del amanecer porque Nur pizpireta quiere jugar... No, con ésos cambios ya contaba.

Los cambios con los que no contaba, y que creo que son los cambios a los que se refiere la típica frase "un hijo (o los hijos) te cambian la vida", son, como me dijo el otro día mi cuñada (un ángel en la Tierra), los cambios en tu percepción; de la vida, de las situaciones, de las personas, de las relaciones.
Eso es lo más extraño para mí. Por que en cierta forma no contaba con ello, y aunque lo había visto en amigos míos que ya habían sido papás, es cierto que (y ésta esotra frase mítica) "hasta que no te pasa no sabes lo que es".
A mí, como le ocurre ahora a algunas personas que están a nuestro alrededor, la paternidad de mis amigas y amigos se me hacía grande. No sabía qué decir, cómo actuar, ni se me ocurría que podía ayudar o colaborar...era un mundo totalmente extraño y lejano, por más que mirara a sus bebés y dijera: "¡Es precioso!" o "¡qué gracioso!"
Ahora me toca a mí entender que a algunas personas les ocurra ésto mismo con nosotros, con la familia que acabamos de formar.
Y de nuevo la vida me pone a prueba para ser junco, ser flexible ante las reacciones y actitudes que no son como a mí me gustaría o como yo creo que deberían ser. De nuevo la maternidad me desafía a cambiar, a hacerme más flexible, más amorosa, más aceptadora.
No todo el mundo se siente cómodo con la paternidad. Algunas personas lo expresan y otras no, pues lo viven muy íntimamente, ya sea por deseos reprimidos, frustrados, o porque su niña o niño interior está tan dolido que ha creado una barrera invisible al mundo de la familia y de los bebés... pueden ser muchas cosas, y a mí me toca reconocer y aceptar que a mí me pasaba lo mismo, y que por otro lado ahora nuestros intereses están cambiando, los momentos de felicidad son por cosas distintas (sólo con ver sonreir a Nur soy la mujer más feliz del mundo, y cuando se ríe puedo cacer en un éxtasis místico)... me siento muy agradecida por lo que he podido vivir hasta este momento, ahora me toca reconciliarme con todo aquello que haya dejado atrás y necesite ser integrado en armonía. También siento que mi percepción del mundo empieza a ser muy diferente (esto merece otra entrada en el blog, de cómo Nur me hace darme cuenta de lo lejos que estoy a veces de la realidad). Siento que nuevas oportunidades, personas y nuevas objetivos y placeres me esperan a la vuelta de la esquina. Sé que esto llevará un tiempo, pero mientras tanto la vida me regala un tiempo de felicidad y de compartir muy hermoso, así como un tiempo de aprender cosas muy válidas e importantes para mí.

La maternidad te cambia la vida, sí. Para mejor. Eso lo sabe cualquier padre. Que es intenso, sí. Que es profundo, sí. Que es grande, sí. Muy grande.

lunes, 7 de febrero de 2011

Soy madre... ¿y ahora qué hago?

Ser madre es maravilloso... y a veces duele... también.
Cuando una es madre primeriza el alma que se abre a otra alma tanto y tanto que a veces duele. Duele el "yo" que se resiste a cambiar, duele nuestro egoísmo porque su tiempo se acaba... duele la rigidez que se quiebra, porque gracias a ellos, a los hijos, nos convertimos en junco.
Duele nuestra mezquindad, que nos quiere hacer creer que podemos criar a nuestros hijos a nuestra imagen y semejanza...
Le duele a nuestra independencia, pues el compromiso sagrado que hemos adquirido de cuidar a otro ser y amarlo incondicionalmente requiere de nosotros total aceptación amor incondicional, y esa es una fuerza que arrasa con todo lo viejo, duro, rígido y estancado que hay en nosotros.
Elegir la maternidad consciente es elegir despertar de nuevo a nuestra niña interior, es entrega y aceptación, una y otra vez, hasta que todas nuestras estructuras rígidas se hayan derribado, hasta que el soplo divino nos haga bailar como juncos, hasta que la energía de la Madre nos haya transformado tanto y tanto que podamos fluir con la vida como lo hace el agua en el río, sin resistencias, clara, pura y transparente...